Rosinos de la Requejada
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El Valle de la Requejada se despliega a los pies de la Sierra de la Cabrera acogiendo pequeñas poblaciones construidas en piedra, madera y pizarra que parecen suspendidas en el tiempo. La arteria principal de este municipio es el río Negro (truchero por excelencia), en cuya ribera se asienta gran parte de sus pueblos: como Escuredo, donde encuentra su nacimiento. Encastrado en la sierra, es el más alto (1.200 m.) y dista pocos kilómetros de la provincia de León, al otro lado de la montaña. Parece ser que el nombre de Escuredo (escuro=oscuro) se debe a que el sol se oculta antes aquí que en el resto de los pueblos de la zona debido a su situación geográfica. A su alrededor rondan multitud de leyendas que hablan de manos misteriosas que destruyen templos en medio de la noche, milagros y vírgenes aparecidas, pero quizás la historia más pintoresca de todas es la de la Diabla, que tras ser mutilada por un cantero asustado, tutela junto con la imagen de la virgen Aparecida a su pueblo.
A medio camino ladera arriba un maravilloso mirador nos permite abarcar a vista de pájaro gran parte de Sanabria y Carballeda, con la Sierra de la Culebra al fondo. Doney es la siguiente población en el curso del Negro. Su nombre significa don o donación, ya que fue en su día entregado por una familia noble al Monasterio de San Martín. Y es que Doney también es un regalo para los sentidos, con espectaculares vistas de la montaña y el valle.
Río abajo os encontraréis con Santiago de la Requejada, poblado desde tiempos inmemoriales, como atestiguan los castros cercanos. Más adelante Rosinos de la Requejada, capital del municipio, en cuya iglesia encontramos una curiosa basa con figuras zoomórficas sobre la cual reposa una de las columnas del pórtico. En su playa fluvial podréis disfrutar de un buen baño y, si el tiempo no acompaña, de un tranquilo paseo a orillas del río.
Huelga hablar de la toponimia de Rionegrito, cuya historia se remonta a la edad del hierro, época en la que hay datos de los primeros pobladores, ubicados en el castro de Peñas del Cerco.
El otro pueblo situado a orillas de Río Negro es Anta de Rioconejos, que promete paseos de ensueño por sus riberas y montes, donde podéis encontrar tesoros micológicos como el boletus, o el cucurril (macrolepiota procera) muy apreciado en toda Sanabria y Carballeda.
Ya alejándonos de la arteria del río encontraréis, en la falda de la montaña, aldeas como Gusandanos o Monterrubio, cuyas tierras fueron el legado póstumo de una dama a sus siervos, que se afincaron en aquel lugar fundando el pueblo. Carbajalinos, una sinfonía de piedra, madera y pizarra, salpicada por los cerezos que ornan sus calles. En los muros de sus casas es fácil ver sillares y piedras labradas de una antigua ermita que sólo se conserva en la memoria oral de los más ancianos.
Finalmente Villarejo de la Sierra es un pueblo mágico: sus casas están protegidas por las cruces que, pintadas en la madera de las puertas, ahuyentan a los malos espíritus, la espadaña de su iglesia románica vigila con la complicidad de figuras animales y humanas que curiosas se asoman desde los muros y sus edificaciones guardan secretos que sólo la piedra conoce.
Todo este paisaje de silencio, montaña y aire puro es el que guarda en su regazo La Cabrera: una cura antiestrés perfecta en un paraje idílico. ¿Os animáis?