Santa Cruz de los Cuérragos
En ocasiones pienso que mi pueblo es eterno. Que los años pasan sobre él, pero él permanece incólume. Imagino que la gente de los tiempos venideros valorarán esta continuidad y vendrán a conocer cómo eran los tiempos pasados, en los que yo vivo.
Un día le pregunté al señor cura el porqué del nombre del pueblo:
“Cuérrago viene del latín corrugus, que era el barranco por donde se arrojaba los detritos de las minas. Aquí se lo llamamos a esos cauces que se marcan en las laderas, donde se acumula la vegetación. Y Santa Cruz, pues, siendo cristianos, ¿qué mejor nombre le podríamos poner, perillán?” y me soltó un pescozón de esos de por si acaso. Pero yo pienso que se equivoca, que el pueblo existía antes que los cristianos. Es como la Raya. Nosotros lindamos con el Reino de Portugal, pero yo nunca he visto ninguna línea marcada en el suelo, sólo en los mapas. Estoy seguro de que el pueblo también era anterior a las fronteras y que éstas no tienen demasiada importancia. Es lo que deben pensar esos mozos que por las noches buscan los caminos más apartados y se dedican a pasar mercancías de un lado para otro. Hay que buscarse el pan.
Me gustan mucho las alturas. Si ando con el ganado, o si me escapo de mis labores, suelo buscar las cumbres para otear los paisajes de la Sierra de la Culebra. Dicen que la sierra llega mucho más lejos; yo no la conozco, pero en mi pueblo es muy bonita. Redondeada, suave, aunque con pendientes muy grandes. Los riachuelos se esconden en el fondo de los valles y los caminos van ladera arriba, con lo que hay veces que te da mucho vértigo. No se lo digáis a nadie, pero también me gusta espiar a los lobos. Si mi abuelo se entera me mata, porque él cree que es una alimaña que nos roba el pan de la mesa, además de ser un hijo del demonio. Yo los veo muy parecidos a nosotros, que trabajan en grupo y crían sus familias lo mejor que pueden. A veces nos matan una oveja y eso no es bueno, señores, pero es como lo de los contrabandistas. Hay que vivir.
También me gusta perderme por las callejas del pueblo. Me gustan las casas, de piedra, madera y pizarra, todas parecidas, ninguna igual. Las casas, claro, no son eternas. A veces se caen, cuando ya son muy viejas, pero aquí en Santa Cruz se levantan tal cual eran. Si sabemos que las piedras son buenas, que la distribución es buena, que los lugares son buenos ¿por qué cambiar? Por eso pienso que es eterno, que así ha sido siempre y así seguirá.
Ahora permitidme que os hable de mi paseo favorito, sobre todo en primavera. Salgo del pueblo por poniente, en el camino que va desde Aliste hasta Puebla. Es un sendero abierto que serpentea ladera abajo entre jaras y brezos en flor, hasta que poco a poco, aparecen helechos, musgos, líquenes… Los robles y carqueixos impiden que el sol te castigue con dureza, el canto de los pájaros y el rumor del agua hacen que te olvides de todo. Allí en el fondo del barranco te espera el Puente de los Infiernos. Nunca he entendido porqué mis vecinos le pusieron tal nombre, ya que es un paraíso. Imaginad un suelo tapizado de hiedra y flores; el Río Manzanas, cantarín y transparente arropado entre árboles. El propio puente, que dicen construido en el S.XVII aunque yo sé que es más viejo, señorial y elegante con su único ojo, adornado por cortinas también de hiedra en las que juguetean los rayos de sol… Me gusta sentarme cerca de su arco para escuchar los murmullos del viento. A veces veo pasar a los ganaderos que llevan sus rebaños al mercado, otras a un arriero señorial encabezando su recua de mulas, otras, en fin, un cauteloso comerciante demasiado pendiente de lo que se puede encontrar por el camino. Siempre me cuesta volver, abandonar tanta belleza e iniciar la suave pendiente que me devuelve a casa.
Si un día muero, que espero que no, me llevarán a descansar al cementerio del pueblo, junto a mis antepasados. Tampoco es mal lugar, aunque dé un poco de repelús. Desde allí, apenas apartado y bajo la paz de los castaños podré seguir contemplando mi querida Santa Cruz de los Cuérragos y ver cómo sobrevive a los tiempos.
- Pero… ¿Esto qué es, nigromante del demonio?
- Es lo que usted ha escrito durante la sesión de mesmerismo, profesor Von Patto. A veces, la hipnosis produce trances en los que el paciente tiene regresiones a vidas pasadas. En su caso parecía ser un zagal del norte de Zamora, en un tiempo indeterminado. Usted se puso a escribir automáticamente y yo sólo he tenido que ir facilitándole papel.
- ¡Usted está chalado! ¡Yo he venido aquí para que me ayudase a dejar de fumar! ¡Qué me cuenta de reencarnaciones!
Ni que decir tiene que salí del gabinete hecho una furia. Está claro que el farsante se había enterado de alguna manera de mi misión en Sanabria y La Carballeda, que debo iniciar en breves días, y decidió gastarme el bromazo. No sé cómo he podido fiarme de semejantes paracientíficos.
Sin embargo, al llegar a casa, no pude evitar buscar en el mapa Santa Cruz de los Cuérragos y el Puente de los Infiernos. Hum, tendré que visitarlos.
Profesor Von Patto
DISTANCIA: 2,9 Km. (ida y vuelta)
DURACIÓN: 1,3 horas.
TIPO DE RUTA: Lineal, con un tramo circular al final. Ruta con pendiente.
COMO LLEGAR: Desde Puebla de Sanabria, ZA-921 por Robledo, Linarejos, Santa Cruz de los Cuérragos. Ver Mapa.
COORDENADAS INICIO: N41 56.454 W6 31.748
CARTOGRAFIA: IGN Nº MTN50 0305-4 Río Manzanas
PUNTOS DE INTERÉS: Flora – Fauna – Antiguo Puente de Piedra – Pueblo de Santa Cruz de los Cuérragos.
RECOMENDACIONES: Una vez recorrido el camino, no dejar de visitar el pueblo.
Ver mapa de ruta
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Aunque el nombre de “Puente de los Infiernos” no parezca muy prometedor no os asustéis: os proponemos un camino sorprendente y de insólita belleza.
Comenzaremos a la entrada de Santa Cruz de los Cuérragos, en las antiguas eras, desde donde parte un sendero abierto que serpentea ladera abajo entre jaras y brezos en flor. Los “carqueixos” y robles dan cobijo a los visitantes en los días de sol, el canto de los pájaros que se acalla a nuestro paso para después continuar y, sin darnos cuenta, llegamos al fondo del angosto valle, donde aparece, modesto pero majestuoso, el Puente de los Infiernos. Construido sobre el Río Manzanas en el siglo XVII como “vía rápida” para comunicar esta zona fronteriza con el pueblo vecino de Robledo, por aquí pasaba el ganado venido de tierras alistanas.
En medio de un paraje que podría describirse como encantado el puente se levanta con su único ojo decorado con una cortina de hiedra por la que se cuelan juguetones los rayos del sol. La luz también incide en las piedras del fondo del río y su reflejo dibuja sombras caprichosas y cambiantes en los arcos del puente. El color verde lo envuelve todo y la pradera invita a descansar mientras se toman fuerzas para iniciar la vuelta hacia el pueblo.
La subida, sorprendentemente, no es dura como podría preverse y, poco a poco, nos acerca a Santa Cruz de los Cuérragos, donde es obligatoria una visita para disfrutar de la arquitectura de este pueblo anclado en el tiempo. Y mientras tanto podéis cavilar cómo, en medio de un paraíso, puede haber un “Puente de los Infiernos”.