Justel
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Que la portada de la iglesia de Justel presente una profusa decoración haciendo alusiones al Camino de Santiago, que lleve el nombre de Santiago, que éste sea su patrón, que presida con su imagen lo alto del retablo y que además haya dejado su huella en una piedra. Son claros indicios de que el santo estuvo aquí. Quizás en este pueblo él y su rocín blanco repusieran fuerzas después de que éste, en un fatídico descuido, clavase la cabeza contra una piedra en la vecina población de Peque.
Esta puede ser una de las tantas historias que os pueden contar los justelinos, gentes sencillas que os recibirán con los brazos abiertos, ansiosos de que conozcáis la belleza de su pueblo, cargado de tradiciones.Es un deleite perderse por sus calles donde se mezclan en simbiosis las nuevas construcciones con el sabor a pasado, representado por casas de piedra con balcones tallados, encumbrados de losa y teja árabe y casi todas ellas con graciosos hornos externos con porche incluido. Rondando por sus calles, seguro que os toparéis con la torre del reloj. Construida por un justelino para albergar un reloj con el que le habían obsequiado, su intención era que todos los habitantes del pueblo supieran cuál era la hora (de aquélla los relojes brillaban por su ausencia). El agua aquí siempre está presente, numerosos manantiales subterráneos procedentes del monte de Velilla afloran a la superficie siendo transformados en fuentes y los numerosos regueros que cruzan el pueblo son aprovechados para regar las huertas o para llenar los lavaderos, una estupenda construcción de losa en la que aún es posible ver las marcas de los “cholos” (antiguos zapatos de madera herrados) que las lavanderas al arrodillarse dejaban en la piedra, signo patente de un gran esfuerzo y trabajo.
Al amparo de la Cabrera, que domina en todo el municipio, llegamos a otra de las pedanías de Justel, se trata de Quintanilla, pueblo que retrata el poeta justelino Mario Estrada Vázquez en su libro “Las Raices del Lirio”: “En los confines de La Carballeda, allí donde la piedra limita con el barro y el roble se transforma en anchos montes de brezo, tiene su enclave Quintanilla de Justel, un pueblo que, además de ser hermoso, ha sabido serlo…” Y lo cierto es que aquí, la tierra comienza a tornarse rojiza y las construcciones de piedra van dejando paso al adobe, siendo este pueblo una primera etapa de transición hacia las tierras de regadío del valle de Vidriales. Preparad la cámara de fotos por que aquí vais a encontraros con una chimenea muy peculiar, hecha de barro y recubierta de losa, tiene un cierto parecido con los templos japoneses, pero en diminuto y, por supuesto, más sencilla.
Y finalizamos con Villalverde, desde donde se disfruta de unas maravillosas vistas de la cara sur de la sierra de la Cabrera, no en vano es uno de los pueblos zamoranos que más cerca está de la provincia de León.
Podemos decir que Villalverde es un pueblo de emigrantes, en el que podéis encontrar mil y una historias y que, a pesar de su aparente serenidad esconde rincones absolutamente mágicos en los que jugar a una yincana imaginaria buscando hornos semicirculares, canecillos de madera con expresión chistosa, la regia cruz gamada, símbolo de los cuatro elementos o dedicaros a recorrer los alrededores del pueblo hasta encontrar las rocas de Valdevieja donde tumbarse un rato al sol y mirar como las nubes edifican de forma caprichosa cientos de figuras. ¿Te lo imaginas?