Asturianos
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Fue allá por el siglo IX, con la ocupación de las tierras reconquistadas a los árabes, cuando pueblos como Asturianos comenzaron a surgir y tomar relevancia.
Sus colonizadores, venidos de tierras pegadas al Cantábrico, quisieron bautizarlo con su mismo gentilicio y por sí mismo se convirtió en uno de los puntos de referencia de la zona, al marcar la frontera entre dos comarcas hermanas, Sanabria y Carballeda. Para que quedara constancia de ello, colocaron dos grandes “marras” (piedras que marcaban los lindes), distintas entre sí y, cada una de ellas, símbolo de una comarca.Así, por el camino de la N-525, llegamos hoy hasta Asturianos, orgulloso de su devoción a la Virgen del Carmen. Su paisaje, de robles y castaños, nos ofrece largos paseos por montes de gran riqueza micológica, también cinegética para los interesados. Podemos buscar huellas de antiguos habitantes en los restos castreños de El Castro o admirar la monumental iglesia de La Asunción, ricamente ornamentada y con una interesante mezcla de obras de arte barrocas y góticas. Por su cara sur se interna en el pueblo una de las sendas señeras de la Península, el Camino de Santiago, en su variante sanabresa, proveniente de una de las pedanías del ayuntamiento, Entrepeñas.
Éste es un pequeño pueblo bañado por las aguas del embalse de Cernadilla, que se ubica, haciendo honor a su nombre, entre grandes peñascos. Fue este pueblo en tiempos próspero, siendo en su día habitado por recaudadores de impuestos del conde de Benavente y del Monasterio de San Martín de Castañeda. Quedan como testigos de aquellos tiempos los ricos escudos que adornan las fachadas de alguna de sus casas. Al otro lado de la carretera nacional tenemos a Lagarejos, rodeado por doquier de vegetación, donde el aire es puro y el ruido inexistente.
En la ribera sur del río Negro se acomoda Cerezal, que debe su nombre al imponente cerezo que crece a las puertas de la iglesia. Destaca en este pueblo la dulzura de sus gentes, que en su mayoría emigraron al otro lado del Atlántico buscando otra vida mejor y que, con los años, han regresado para reencontrarse con la tranquilidad y el sosiego de su pueblo natal. Otros de sus atractivos son los relajantes paseos por la orilla del río salpicado de molinos, la pesca o, simplemente, mirar al cielo y ver como el tiempo pasa más lento aquí que en otro lugar.
La siguiente pedanía es Villar de los Pisones, pueblo que antiguamente contó con numerosos batanes, los cuales, impulsados por la corriente del río Negro, trasformaban los tejidos bastos en suaves lienzos. Parece ser que el topónimo del pueblo procede precisamente de los mazos de los batanes, a los que aquí denominaban pisones. Y en sus alrededores encontramos maravillosos parajes como la Ramallosa o el Luceo, desde los cuales podemos solazarnos con las vistas panorámicas tanto del pueblo como de las sierras colindantes: la Cabrera y la Culebra.
Y por último Rioconejos, donde, aunque su nombre pueda dar lugar a confusión, ni los conejos nadan en el río, ni las truchas corren por el monte. Se trata de un bello pueblecillo en el vértice en el que el río Conejos se une al río Negro, que en su camino atraviesa hacia el sureste las tierras carballesas.