Manzanal de los Infantes
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Lo de Manzanal no sabemos bien por qué. Manzanos sí que hay pero no abundan como el castaño y el roble, que dan carácter a estas tierras. Lo de los Infantes quizás esté más claro, y es que Manzanal fue lugar elegido por hidalgos y nobles para su descanso y solaz cuando el tiempo aún se medía en granitos de arena.
Para acceder a cualquiera de los pueblos de este municipio tendréis que atravesar algún bosque y es que su paisaje no se entiende sin la omnipresente estampa de los árboles, cuyas sombras cobijan a ciervos y corzos que probablemente se cruzarán en vuestro camino en algún paseo matutino. También albergan decenas de especies de setas, entre ellas, el preciado boletus, que habita sus pinares. Y como telón de fondo, la Sierra de la Cabrera que, a modo de manto protector, parece velar por toda la comarca desde la cumbre del Vizcodillo, ora cubierta de nieve, ora de nubes y, otras veces, recortada sobre el azul del cielo.Casi todos sus pueblos se encuentran en la ribera del río Negro, que les presta su refrescante sombra, hermosas veredas para pasear y pequeñas playas fluviales. A la cabeza del municipio, Manzanal de los Infantes conserva una cuidada arquitectura rural con casas de grandes sillares y tejados de pizarra. Un paseo por el pueblo os llevará de fuente en fuente no sabemos si de origen pero sí de tipología romana. La iglesia de Sejas de Sanabria no os dejará indiferentes y no sólo por sus armoniosas dimensiones: en el exterior, extrañas figuras y bolones que parecen colgados del tejado decoran sus aleros. Puertas adentro, su sacristía guarda entre bambalinas un conjunto de grandes lienzos que esperan pacientes la Semana Santa, cuando se despliegan en todo su esplendor en el interior del templo a modo de decorado teatral, creando la ilusión de encontrarse en una hermosa y rica basílica.
Cercano al pueblo se encuentra un paraje difícil de describir, no por su paisaje idílico a orillas del Negro (que también) sino por las sensaciones que este lugar despierta. Se trata de la ermita de La Virgen de la Ribera, donde se puede respirar paz, paz que se rompe el tercer domingo de agosto, cuando se celebra la romería en honor a la virgen en la que todos sois bienvenidos.
Desde aquí podéis tomar el camino tradicional que lleva a Dornillas. En primavera el manto verde y morado del brezo en flor y el aroma a miel lo envuelve todo. Este pueblo cuenta con uno de los cementerios más curiosos y bonitos, nos atreveríamos a decir, de toda la provincia que se halla cobijado en el interior de la ermita de San Tirso. Otero de Centenos, al pie del castro que lleva su mismo nombre, da la bienvenida a la primavera con el tradicional “mayo”. En cuanto a Donadillo, todavía es posible ver a los ancianos sentados al sol haciendo cestos de mimbre, tradición que viene de antaño y que aún perdura en el tiempo.
Finalmente Lanseros, cuyo nombre original era Lanzarius (lanceros), ya que en esta zona se asentaba el ejército de los caballeros de la Cruz de Malta, cuya misión era defender estas tierras de la invasión árabe y prestar ayuda a peregrinos, huérfanos pobres y heridos. Poco queda de su antiguo esplendor pero si miráis con ojos agudos y curiosos podréis adivinarlo en la factura de sus casas, en algunos blasones y fuentes y, sobre todo, si os acercáis a la iglesia de La Asunción, una edificación con continuos guiños a los misterios que estos caballeros guardaban. Y siguiendo con misterios, no estaría mal una excursión a la Peña de la Mora, a las puertas del castro de Lanseros, cuya puerta de entrada es esta cueva, sobre la que circulan cientos de leyendas.
Así que si os gusta el sol, os esperamos, si os gusta el aire puro, os esperamos, si os gusta la nieve y la tranquilidad os esperamos y si no, también os esperamos: ¡por si cambiáis de opinión!.